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martes, 11 de noviembre de 2014

El Abuso Sexual

Tocamos un tema que los profesionales de la psicoterapia sabemos que constituye, junto con el suicidio, uno de los grandes tabús sociales. Sabemos de la frecuencia con la que aparecen las vivencias de los abusos sexuales en nuestras consultas individuales o en las sesiones grupales de terapia y el efecto de “resonancia empática” que hallan. Pronto se comprende que la niña/o víctima de este tipo de abusos es agredido en lo más profundo de su ser, se le arranca brutalmente su inocencia. Una vez  aparecen las sospechas de abusos en terapia (a veces más o menos conocidas, a veces más o menos recordadas, en ocasiones absolutamente mantenidas en el olvido a través de la represión), para el adulto que fue de niño abusado es básico comprender que en su interior habita ese niño en una especie de limbo psíquico aguardando su rescate… Aguardando su retorno a aquello de lo que fue arrancado: su inocencia infantil, el estado esencial de su alma. El proceso terapéutico que aborda un abuso sexual de infancia en un adulto puede considerarse como un proceso de rescate del niño cuya alma está profundamente herida. Un viaje al propio interior para devolverle al niño su condición de inocencia que el brutal ejercicio de abuso de poder de un adulto le mancilló con brutalidad al someterle a la experiencia traumática de su sometimiento a su deseo y a su placer.
Obviamente este proceso de rescate, que implica un profundo proceso de reestructuración de la narración que subsiste en el inconsciente de la víctima, es un descenso angustiante en la que el terapeuta acompaña a su paciente para poder atravesar sus distintas capas. En muchas ocasiones, cuando el proceso se abre en la terapia asistimos a un primer proceso de negación en la que la frase “quizá todo esto me lo estoy imaginando” es pronunciada con frecuencia. Esta negación va acompañada de la vivencia de la angustia, puesto que en ese descenso, el dar validez a estas primeras percepciones y recuerdos se manifiestan ya los primeros sentimientos de culpa y vergüenza, de indignidad o asco con las que va asociado… Asistimos siempre a la sospecha, por parte del adulto en tratamiento, de que “yo – mi niña/o – hice algo malo o que no hice lo suficiente para evitar lo ocurrido”.
Observamos en muchas ocasiones la pureza de la niña/o que habita en esa adulta/o cuando visiblemente emocionados en su narración oímos como prefieren sentirse ellos culpables, que culpar a su abusador. Como cargan con la responsabilidad de haber hecho algo que pudiera haber evitado todo lo sucedido, antes que asumir que la responsabilidad fue del adulto que la/le traicionó a través del ejercicio abusivo de su poder y de la confianza traicionada de la niña/o. Poco a poco, el terapeuta que acompaña en este proceso a su paciente va reestructurando la mirada de su paciente a través de la suya, devolviendo a la niña/niño su condición de alma infantil, de dependencia de los adultos, de su necesidad de cuidado, de la imposibilidad de manejarse con lo sucedido, de la imposibilidad del niño para  integrar una experiencia que le sobrepasa, un exceso incomprensible.

Escrito por:
Jaume Cardona
Terapeuta Gestalt
Co-director de Gestalt Barcelona
(Texto extraido de: www.gestaltbarcelona.com )

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